Por mucho que intenté limpiarla, la mancha sobre mi remera blanca, creció convertida en varios tonos de color rosado. Menos mal que tenía planchada la camisa turquesa. Me la puse, bebí un café casi hervido y salir corriendo a buscar a Luciana.
Luciana Alfonso es mi mejor amiga. Además me gusta desde siempre su hermano Pedro.
Él es un Piscis fantástico, un bicho hermoso que se mueve como pez en el agua. Me salpica, me moja, se me chorrea el alma cuando lo veo, y yo que soy signo de tierra, me embarro, me embadurno y me conformo con poco, con que me mire ya estoy hecha, se me ilumina el día. El complemento de la tierra (yo) es el agua (él), lo tengo bien claro.
-¡PAULA! ¿Adónde vas? -gritó mamá. Cuando ella me dice Paula en vez de Pau, es señal de problemas.
-Necesito que vayas al banco a pagar unas cuentas -era evidente que el día no era para mi, venía mal, mal, mal.
-No puedo mamá, mi statu quo no está dispuesto a avanzar... lo dice mi horóscopo.
-Me importa tres cominos tu horóscopo. ¿Hasta cuando vas a creer en esas pavadas? Necesito que vayas al banco, ahora mismo y se acabó. Fin de la conversación ¿oíste? -y se fue refunfuñando por el pasillo el sermón de siempre: que YA iba ella a los 16 años a contestarle a su madre tonterías como esas, que "la Adelina" -mi abuela- le hubiese dado vuelta la cara de un sopapo por mucho menos, y que estos chicos no saben valorar lo flexible, moderna y racional que es una.
Las madres son cosa sería a la hora de hacerles entender razones personales, ni qué hablar de las astrologías, sobre todo cuando una es la adolescente de la familia. ¿Por qué no irá la infeliz de mi cuñada que se pasa el día macando clasificados en el diario buscando trabajo -eso dice- pero jamás consigue algo mejor que una changa temporal? O mi hermano, que hoy no fue a trabajar y anda con el bebé por toda la casa y de vez en cuando ella, Josefina, lo tiene colgando en la teta.
-Que vaya Gonzalo -le dije a mamá- que si lleva a Betito no tiene ni que esperar. A los hombres y mujeres con bebés los dejan pasar primeros en la fila del cajero.
-Fin de la conversación. Te vas ya mismo al banco -retrucó mamá.
Perdida toda posibilidad de zafar, acepté con una condición:
-Pero primero paso a buscar a Luciana para que me acompañe.
-Buscarla si, pero quedarte paveando por ahí, NO, ¿eh? Ni se te ocurra volver acá con las boletas impagas porque cerró el banco, o alguna otra excusa.
-Sí, ma... ¿Son estas boletas de impuestos que dejó el viejo sobre la mesa del comedor?
-Sí, el dinero está dentro del cenicero, ¿lo ves?
Conté los billetes: Cinco, dos, cinco... mmm... 12, Ni 19, ni 35, no embocaba una. Sumé las cuentas a pagar. Tampoco. Ninguno de mis números de las suerte, ¡ay... que día!
Caminé hacía la parada del colectivo, la que está al frente de casa. Tarde de llegar en 19 pesos -sin tocar lineas y esquivar así desgracias-, pero sólo pude dar 15 pisadas ¡y ni una bendita caca de perro para aplastar en el trayecto y atraer un poco de buena suerte! Decididamente tendría que consultar otras predicciones, el horóscopo chino, el tarot, las runas o el I Ching, ¡cualquiera!, porque con la astrología occidental iba de mal en peor.
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